Mallorca fue uno de esos viajes que nos marcó, no solo por lo que vivimos allí, sino también por el momento tan especial en el que decidimos hacerlo. Era septiembre de 2020, en plena pandemia, y aunque muchos se quedaban en casa, nosotros nos lanzamos a descubrir la isla con respeto, precaución… y una enorme ilusión. El turismo estaba en mínimos, y eso, aunque por un lado daba algo de vértigo, por otro nos regaló una experiencia mucho más auténtica y tranquila.
Tomamos como base Sa Coma, una zona perfecta para movernos por toda la isla con nuestro coche de alquiler. Esa libertad que da poder improvisar cada día es algo que valoramos muchísimo, y más aún cuando el clima no siempre acompaña: hubo un par de días de lluvia, pero gracias al coche supimos esquivarla, yendo hacia zonas más despejadas según la predicción. ¡Fue todo un acierto!
Durante la semana que estuvimos allí, nos propusimos conocer lo máximo posible… y vaya si lo conseguimos. Nos enamoramos de las calas más impresionantes de la isla, esas joyas escondidas de aguas cristalinas donde el tiempo parecía detenerse. Cada día era una aventura diferente, una ruta por caminos costeros, rodeados de pinos y acantilados, hasta encontrar rincones donde poder practicar snorkel, descubrir peces entre las rocas o simplemente tumbarnos al sol y sentir la brisa marina.
Entre cala y cala también nos adentramos en el corazón de Mallorca. Visitamos Manacor, paseamos por Alcúdia y disfrutamos de su playa infinita. Uno de los momentos más mágicos fue una actividad al amanecer para avistar delfines en libertad… una de esas experiencias que se quedan grabadas para siempre.
El Cabo de Formentor y el mirador de Colomer nos dejaron sin palabras. Las vistas desde allí son de las que te hacen sentir pequeñito y agradecido. Muy cerca, en Pollença, subimos las famosas escaleras hasta el Calvari entre casas de piedra y esculturas que parecían salidas de un cuento. Cada rincón de ese pueblo desprendía historia y encanto.
Otro día nos aventuramos por la famosa carretera del nudo de la corbata, que serpentea de forma espectacular hasta llegar a Sa Calobra. El camino ya es toda una experiencia en sí, pero la cala al final del trayecto… ¡impresionante!
También llegamos hasta el Puerto de Sóller, un lugar con mucho ambiente, ideal para pasear junto al mar o tomar algo con vistas al puerto. Subimos después al pueblo de Sóller, donde nos dimos un homenaje con unas ensaimadas típicas en una de sus pastelerías más conocidas. Qué delicia.
Y cómo no, también exploramos la capital, Palma de Mallorca. Aunque no dedicamos tanto tiempo como otros destinos del viaje, nos encantó perdernos por sus calles, ver la catedral y descubrir algún que otro rincón gastronómico.
Cada noche volvíamos a Sa Coma con una sonrisa, agotados pero felices. La combinación de naturaleza, calas, pueblos con encanto y buena comida hizo que este viaje en pareja se convirtiera en algo mágico. Un soplo de aire fresco en medio de un año complicado. Mallorca nos regaló momentos de conexión, de belleza serena y de calma. Y si algo aprendimos es que a veces, cuando el mundo se detiene un poco, es cuando más se siente de verdad.
Si estás pensando en recorrer la isla, no lo dudes: alquila un coche, piérdete por sus caminos, prueba su gastronomía y deja que el Mediterráneo te envuelva. Nosotros volveremos… seguro.
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