A veces los viajes no se viven, se sienten. Eso fue exactamente lo que nos pasó en Islandia.
Durante una semana, organizamos una aventura en grupo junto a 11 personas increíbles, con las que compartimos algo más que un viaje: compartimos asombro, risas, paisajes imposibles y momentos que nos unieron para siempre.
Nosotros fuimos los que guiamos esta expedición. Una mezcla de ilusión, responsabilidad y emoción nos acompañaba desde que aterrizamos en Reikiavik. Era nuestra primera vez organizando algo tan grande, y teníamos claro que no solo queríamos enseñar Islandia… queríamos que todos se enamoraran de ella.
Reikiavik y los primeros copos de nieve
Nuestro viaje comenzó con una noche en la capital, Reikiavik. Esa noche nos sirvió para descansar, conocernos mejor y preparar todo lo necesario antes de comenzar la ruta por carretera. Lo que no esperábamos era despertar con una preciosa nevada suave cubriendo la ciudad.
Ese primer contacto con el paisaje islandés fue tan mágico como prometedor.
Al día siguiente recogimos la furgoneta que nos llevaría durante toda la ruta. ¡Una furgoneta para 11! Risas, mochilas, termos de café y muchas ganas de vivir una experiencia que intuíamos única.
El Círculo Dorado, sopa caliente y paisajes tectónicos
Nuestra primera parada fue el famoso Golden Circle. Las cascadas, los campos geotermales y los géiseres nos recordaban a cada minuto que Islandia no es un país más: es un lugar donde la Tierra sigue latiendo.
Uno de los momentos más reconfortantes del día fue comer una sopa de tomate en una granja, rodeados de naturaleza, con el estómago y el alma calentitos después de una mañana de paisajes intensos y nieve suave. También caminamos por la zona donde se separan las placas tectónicas de América y Eurasia. No todos los días pisas el centro de dos mundos.
Eyrarbakki y el mar como arrullo
Esa noche la pasamos en Eyrarbakki, un pequeño pueblo pesquero junto al mar. El contraste con Reikiavik era total. Silencio, casas de colores apagados, y el mar golpeando con suavidad las rocas.
Dormimos arropados por el sonido del océano, sabiendo que al día siguiente el viaje solo podía mejorar.
Vik, playas negras y el despertar de los sentidos
Nuestra siguiente base fue Vík, donde nos quedaríamos dos noches. Por el camino, el clima cambió. La nieve dio paso a cielos despejados y, para nuestra suerte, el buen tiempo nos acompañaría durante el resto del viaje.
Vík nos ofreció paisajes que aún hoy nos parecen irreales. La playa de Reynisfjara, con su arena negra y su mar furioso, nos recibió con un aviso naranja por peligro de olas. Allí no solo te deslumbra el entorno, también te impone respeto.
Cerca exploramos acantilados que parecían sacados de una película vikinga y campos de lava eternos.
Glaciares, cuevas de hielo y una noche mágica de auroras
Uno de los días más especiales fue cuando nos dirigimos al glaciar Vatnajökull, el más grande de Europa. Hicimos una excursión en grupo a su cueva de hielo y no sabíamos si mirar el techo o el suelo. Todo era azul, translúcido, silencioso. Nos sentimos diminutos pero vivos, parte de algo muy grande.
Ese día, de regreso, paramos en un cañón escondido al atardecer. La temperatura había bajado bastante, pero nadie quería volver a la furgoneta. Sabíamos que era nuestra oportunidad. Y llegó: el cielo se encendió.
Las auroras boreales comenzaron a bailar sobre nosotros y nadie hablaba. Solo se oían las cámaras, los suspiros y algunas lágrimas de emoción. Fue uno de los momentos más impactantes y bonitos que hemos vivido jamás.
Cascadas, sabores y carreteras infinitas
A lo largo del viaje también visitamos cascadas imponentes como Seljalandsfoss, donde pasamos literalmente por detrás del agua. Cada parada era una sorpresa, y lo mejor de todo es que cada sitio era diferente al anterior.
Probamos helados caseros en una granja, elaborados con leche fresca, y comimos platos típicos islandeses frente a una catarata. Comer con vistas se volvió una costumbre.
El clima islandés, siempre cambiante, nos regaló momentos de sol raso, nubes densas, ráfagas de viento y hasta cielos completamente despejados. Cada trayecto en carretera era como cambiar de planeta.
Reikiavik final: lava, relax y despedidas
Los dos últimos días los pasamos de nuevo en Reikiavik, con tiempo para explorar la ciudad con calma. Visitamos una cueva de lava, que nos impresionó por su profundidad y formas orgánicas, y cerramos el viaje con un baño en la Blue Lagoon, esa piscina termal de aguas azul cielo que es tan famosa como relajante.
Fue el final perfecto. Flotando en agua caliente, rodeados de vapor y con el cuerpo agotado pero feliz, repasamos cada risa, cada descubrimiento, cada instante que quedará con nosotros.
Este viaje no fue solo a Islandia, fue a lo más profundo de nosotros
Volvimos con más que recuerdos. Volvimos con una sensación de logro, de conexión con la naturaleza, de gratitud por haber compartido una semana así. Para nosotros, fue un sueño cumplido. Y para quienes vinieron con nosotros, creemos que también lo fue.
Si tú también sueñas con vivir una experiencia así, podemos ayudarte a organizarla, sea en grupo o en pareja, adaptada a tus gustos, presupuesto y ritmo. Porque viajar no es solo moverse, es vivir de verdad.
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